Acercarnos a comer el cuerpo de Cristo nos tiene que llevar a compartir mucho más de lo que compartimos. Empezando por abrir nuestro corazón a los que nos rodean. Sin miedos preconcebidos. Servirlos cuando sea necesario, aunque no nos lo pidan. Escucharlos cuando nos digan algo. Acompañarlos siempre que lo necesiten. No tener en cuenta sus fallos, ni reprocharles lo que hacen mal. Quererlos, en definitiva, al estilo que Cristo nos ha marcado. La Eucaristía, nuestra fiesta principal, es alegría compartida. No la despreciemos.
Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: invoca a María – San Bernardo de Claraval
En los malos momentos de nuestras vidas, cuando estemos en peligro, o nos encontremos desanimados para seguir luchando por ser mejores, acudamos