Los santos nos han enseñado que la alegría de servir a Dios no es algo perecedero, sino que pervive para siempre. Porque las glorias y gozos del mundo pasan con gran rapidez. Como si fueran un suspiro. En cambio, vivir conforme nos enseña el Evangelio es sentirnos plenos de una dicha que no se acaba. Porque tras el gozo de disfrutarla aquí nos espera el disfrutar de ella eternamente.
La Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a los ojos de Dios y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey – Benedicto XVI
Orgullosos nos sentimos porque María, mujer sencilla y humilde, de la estirpe de los hombres, ha sido coronada por Dios. Es nuestra