Nos falta la inocencia de los niños pequeños, la humildad de las gentes más sencillas, el desprendimiento de los que nada tienen ni desean. Nos sobra arrogancia, soberbia y egoísmo. Nos reconocemos a nosotros mismos como los mejores. Por ello no entendemos tantas cosas que Tú, Señor, solamente revelas a los que se despojan de sus vanidades. Danos, Señor, un poco de esa sencillez que necesitamos para poder entender mejor lo que quieres decirnos personalmente.
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna – San Pedro, Apóstol
Muchas son las voces de esta sociedad que nos llaman para que las sigamos. Unas nos ofrecen placeres mundanos. Otras, progresos económicos