La paciencia de Jesús con cada uno de nosotros es inmensa. Nunca nos da por perdidos, aunque cometamos las mayores barrabasadas. Siempre nos espera. Con paciencia y amor de padre. Porque por nosotros sufrió y entregó su vida. Sabe perdonarnos y olvida nuestras traiciones. A su ejemplo, seamos pacientes con los que nos caen bien. También con los que no son de nuestro agrado, incluso con los que se consideran enemigos nuestros. Nunca deseemos el mal a nadie, sino todo lo contrario. Procuremos ser buenos con todos, incluso con los que no lo son con nosotros.
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna – San Pedro, Apóstol
Muchas son las voces de esta sociedad que nos llaman para que las sigamos. Unas nos ofrecen placeres mundanos. Otras, progresos económicos