Los cristianos nos sentimos hijos de Dios. Porque realmente lo somos. Con todo lo que esto significa. Cristo se acercó a nuestras miserias y asumió nuestra naturaleza humana, convirtiéndose en uno de nosotros, en todo menos en la culpa. Padeciendo por nuestra causa y entregando su vida para restaurar la nuestra, que había sido destrozada por el pecado, nos convirtió en hermanos suyos y herederos del Reino. Inmensa gratitud debemos mostrar por tan gran y excepcional regalo que el Señor nos ha dado y que nos impele a ser mejores para asemejarnos en algo a Él.
La fe en la vida eterna da al cristiano la valentía de amar aún más intensamente nuestra tierra y de trabajar por construirle un futuro, por darle una esperanza verdadera y firme – Papa Benedicto XVI
Para llegar a la plena unión con Dios, que se producirá tras dejar este mundo terrenal, debemos contribuir, con el esfuerzo del