Podemos, con los ejemplos de nuestras vidas, ser cualquier cosa menos aquello que debemos ser, que es ser semilla que nace, crece y da frutos que ayudan a los demás. Es cierto que con nuestras propias fuerzas poco podemos hacer. Por eso invocamos la ayuda de quien todo lo puede, para que no nos convirtamos en la hierba que daña el sembrado o la cizaña que estropea las cosechas. Si pedimos con humildad, el Espíritu de Dios no hará oídos sordos a nuestra plegaria.
Considero no tener mayor felicidad que la de entregar muchas almas al Corazón divino – San José María Robles Hurtado
El amor que decimos profesar a nuestro Señor nos obliga a trabajar por implantar su reino en este mundo. Un reino de