En derredor nuestro vemos continuamente personas apenadas. Múltiples son las causas de ello. Los que tenemos el don de creer en Cristo podemos hacer que sus penas sean menores. Basta que nos lo propongamos, desde nuestra humildad. A veces una sonrisa, un apretón de manos, una palabra de aliento, ayudar en una gestión, acompañarla en los momentos peores… Tantas y tantas son las cosas que podemos hacer para mitigar las penas de los demás… ¿A qué esperamos para sembrar un poco de felicidad entre los que nos rodean?
¡Qué curioso maestro el que, con el estómago lleno, diserta sobre el ayuno! – San Jerónimo
Es verdad que resulta más fácil predicar que dar trigo. Tenemos siempre preparado el consejo para los demás, pero nos olvidamos de